6 de marzo de 2010

Paraguas

Aquél día llovía. La tierra del sendero hervía bajo los dardos del aguacero. Collares de burbujas navegaban sobre los charcos café con leche. Nosotros disfrutábamos del paseo bajo la lluvia, bajo el inmenso paraguas que nos cobijaba. Poco antes de llegar a casa nos detuvimos junto al estanque que alimentaba la fuente, y los peces acudieron prestos buscando que le echáramos unas migajas tal y como otras veces habíamos hecho. Sus escamas plateadas brillaban sobre el lecho de musgo y hojas acuáticas. Sus bocas entreabiertas asomaban a la superficie y algunos nos mostraban sus ojos clavados como botones de nácar. Tú acercabas tu mano y la introducías en el agua, y ellos se prestabas a que los rozaran tus dedos. Tus risas rompían la barrera del agua que manaba del cielo y se mezclaba con la del estanque. Yo también reía, porque tu risa era también mi risa.


Volvimos a casa casi trotando, bajo la negra cúpula del paraguas, y apretados cariñosamente uno junto a otro. Yo sentía el calor de tu cuerpecito y sentí deseos de fundirme contigo, de que de nuevo fuéramos uno tal y como cuando te llevaba en mi vientre. Imposible quimera. En aquél tiempo aún no aceptaba yo que tu respirabas por ti mismo.

Foto de Aquí

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