26 de octubre de 2009

Desvelo

Las noches de tu adolescencia pasaron sobre mí como pesadas lozas pétreas. La angustia de la incertidumbre se cebaba con mi mente haciéndome sentir mil y un miedos.
Esa impotencia ante el deseo de seguir protegiéndote me superaba, desazón que se abría ante mí al reconocer que tu vida tendía a realizarse sin necesidad de la mía.


Me pasaba las horas en la cama con los ojos desmesuradamente abiertos, o herméticamente cerrados, agudizando mi sentido del oído, escuchando atenta al ruido de cualquier coche en la lejanía, cualquier sonido de pasos en la calle, suspiros que se me escapaban.


Con el paso de los minutos mi corazón iba acelerando sus latidos. Intentaba calmarlos, caer yo misma en un sopor que me elevara de esas etapas de angustia, dormirme en brazos de la nada con el único fin de no pensar, de no sentir.


Y así segundos, minutos, horas esperando en la desesperación.


Hasta que al fin escuchaba el motor de un coche, o el sonido de la lleve en la cerradura de la puerta.
Entonces yo me dormía tranquila.


Foto de Aquí

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