25 de febrero de 2010

Bicicleta

Un día apareciste empujando una bicicleta antigua, de pintura roja y desconchada y con el niquelado empañado. El cuadro de la máquina tenía una barra transversal. Había pertenecido a tu abuelo. 
Saltaste sobre el sillín y comenzaste a pedalear, tendido sobre el guía como un corredor auténtico. 
El corazón me dio un brinco creyendo que ibas a estrellarte contra el muro del porche, pero en el último instante diste un frenazo y tomaste un viraje con gran elegancia. Las ruedas derraparon sobre los adoquines del suelo. 
A mí se me secó la garganta. 
Tú arrancaste de nuevo rodando hacia delante. 
Intentaba yo seguirte.
Los timbres sonaban violentamente en los virajes. 
Yo te gritaba casi enfurecida que parases, sintiendo miedo de que pudieras caerte y hacerte daño. 
Tú reías y continuabas pedaleando.

Y yo, tal y como haría en un futuro, ante otras situaciones de la vida, te dejé hacer. Te dejé con tu libertad.

Foto de Aquí

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