28 de noviembre de 2009

Cuentos

Esos días nos sentábamos en el sofá, ante la chimenea contemplando el fuego. Las llamas, después de haberse hecho altas, habían ido menguando, casi a punto de extinguirse, pero aún daban calor.


Tú te acercabas y te afanabas en echar a los rescoldos hojas de periódicos atrasados, ya leídos y releídos en otro tiempo. Luego volvías a acomodarte en el sofá, junto a mí, afanada en hacer labores, y juntos mirábamos como prendían nuevamente las llamas y se consumían hasta hacerse cenizas.


Tras los cristales la tarde seguía muriendo, sin importarle lo más mínimo nuestra actividad.


Más tarde, cuando ya te habías cansado de alimentar el fuego con todo aquello que caía en tus manos, corrias a buscar uno de tus tesoros, y con él entre los brazos volvías a sentarte junto a mí: los libros de poemas de Gloria Fuertes para que leyéramos juntos tu preferido:


"Piopío Lope, el pollito miope"


El pollito Miope nació con gafas.
Nada más salir del huevo tropezó
y se las rompió (las gafas).
Sus hermanos y otros pollos de los alrededores
eran traviesos,
plumas tiesas
y alborotadores.
Piopío Lope, el pollito Miope,
no era gamberro,
se replegaba…


Yo sentía tu calor mezclado con el del fuego encendido, calor dormido durante muchos años, y que de nuevo vuelve a prender, en este otoño.


Photo de Aquí

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