30 de noviembre de 2008

Heredad

Fíjate que hace tan solo unos días me hablabas de la teoría de la heredad. Según me contabas, cada ser humano lleva muy dentro de sí, no en el consciente ni en el subconsciente, sino en el inconsciente, ese lugar del que incluso desconocemos lo que en él tenemos encerrado, los hechos y vivencias, sobre todo los traumáticos, de sus antecesores. Es decir, un niño puede ser tratado o educado por sus progenitores de la misma forma, aunque en sentido escondido, en que se les fue tratado a ellos, que a su vez les fue trasmitido por sus antecesores. Y me decías que es casi probable que el sujeto presente lo vuelva a hacer con sus descendientes. Es una cadena que se hereda de generación en generación.


No suelo tender a ser incrédula en casi ninguna materia hasta que se me demuestre lo contrario, y aunque no tomé tus palabras como fiel doctrina, pero tampoco sentí descabellada la teoría.
Y mira que apenas unos días más tarde lo pude comprobar por mí misma y de la manera más cruel.
Así, sin más, y sin apenas una discusión, sino más bien una diversidad de opiniones, me dices que te vas, que no aguantas más, y metes escasas prendas en un macuto, y siempre acompañado de tu fiel perrita te vas, dejándome tan sólo unas palabras de consuelo trabajosamente salidas de tu boca y un derroche de dolor en mi corazón.


Te fuiste.


Ahora sé que tal vez tu ida era tan sólo sea temporal. Y he recordado. He recordado las veces en que por una disputa yo me iba de casa. Me iba a ningún sitio. Tan sólo me desplazaba en el coche unos metros más allá de la vivienda, y allí me quedaba un buen rato. Luego volvía y veía tu carita asustada y churreteada de lágrimas, pero mostrando a su vez relajación y descanso. Mi vuelta te devolvía la tranquilidad por unos minutos perdida. Con un abrazo se arreglaba todo.
¿O no?
Seguramente no, porque mi madre también se iba de casa cuando yo me portaba mal.
Se iba y se escondía en casa de una vecina un buen rato, pero yo no lo sabía. Yo tan sólo sabía que se había ido, que me había abandonado, que me había dejado sola, frágil y desamparada. Me sentía una niña huérfana y perdida.
Tal y como me sentí cuando tú te fuiste. Volví a tomar el papel de niña y volví a sentir la soledad y el abandono.
Igual que tú lo sentías cuando eras pequeño y yo me iba.
Igual que yo lo sentía cuando lo hacía mi madre.
Maldita Heredad.
Maldito el daño que hacemos con nuestro comportamiento.


Te quiero


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