5 de enero de 2010

Barreño

En los días calurosos del verano solía poner un barreño de zinc lleno de agua a calentar en el patio.
Muy de mañana me hacinaba en la tarea de llenarlo, allí, junto a las macetas de aspidistras y los macizos de helechos de pozo. Se calentaba el agua con los tortuosos rayos de sol y tú disfrutabas de ella durante casi todas las horas del día, entrando y saliendo del barreño y trayendo contigo en cada viaje un sin fin de juguetes para que se bañaran contigo, tantos que casi llenaban el baño por completo.


Tus rizos se volvían de cobre con la luminosidad de los rayos que traspasaban las enredaderas del patio. Un angelito parecías.
Yo te miraba y por momento te me antojaban un sacado de un cuadro de Rubens.
El agua chorreaba sobre tu cuerpo y se deslizaba gratamente sobre él, retozando en tus regordetas piernecitas.


Un ratito más Mami.


Y yo hacía un simulado mohín de contrariedad y dejaba pasar unos segundos.


No puede ser, ya tienes los deditos arrugados.


Mirabas tú entonces tus dedos y te asustabas de verlos así, rugosos y blando por el agua.


Sácame mami, tengo frío.


Envuelto en blancas toallas secadas al sol de la azotea, envolvía tu cuerpecito y te acurrucaba entre mis brazos, muy pegadito a mí.


Cuanto disfrutaba yo de esos momentos.


Imagen de Aquí

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