20 de febrero de 2009

Otoño



Llegó el otoño prometido, con las rosas meciéndose bajo el viento suave de los campos, y caen aguas nuevas calando la tierra, acariciando las piedras, durmiendo rumorosas junto a los troncos.
Ahora no estás, pero sé que has vuelto. Regresarás en la tarde, como aquellas del verano en las que volvías tostado por el sol y el salitre, y mostrabas tu risa mientras en tu boca caía el agua del búcaro, húmedo, rezumante, fresco, que sujetabas con manos temblorosas, y ávidas por la sed, desprendidas de los espinos de las marismas en que quedaron enganchadas.
Tu mirada, negra y brillante se perdía tras la ventana, en el camino en el que la tarde moría dejando su luz tras las enredaderas verdosas.


Llegan a la mente recuerdos similares de otro tiempo; se escapa una lágrima ante el recuerdo de lo imposible, de lo definitivamente muerto, de lo que fatalmente no volverá: tu infancia, para mí la más feliz etapa de mi vida.


Y otra lágrima se escapa consciente de que lo que para mí fue felicidad, llegó a ser para ti desventura.


Deseo entonces una voz, tu voz, que me diga que no hay preocupaciones, que todo fue un error en los recuerdos, que como ya me has dicho, todo ha pasado y quedado en otro mundo.



(Imagen de aquí)

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